En el siglo pasado cada vez que nos acercábamos a un almacén o un negocio de ramos generales después de la compra aparecía la yapa como un gesto de amabilidad del comerciante al cliente de turno.
Muchas historias hay sobre la yapa. Se acostumbraba a dar unos gramos más de lo que íbamos a comprar, no valía lo que marcaba la balanza, valía la intención del comerciante: regalar unos gramos más: la yapa.
Recuerdos hay muchos, como por ejemplo el del Kiosco “LA MONEDITA” atendido por doña Paulina de García en la calle Chacabuco, cuando los chicos del barrio iban a comprar galletitas sueltas, doña Paulina abría la lata con vidrio redondo por donde se podían ver las galletitas bien ordenaditas, colocaba un papel de color madera sobre la balanza colocando las sabrosas galletitas agregando algunas de más y decía “estas van de yapa para que estudien mucho mejor” las envolvía haciendo un repulgue con los extremos del papel formando el paquetito. Los chicos salían corriendo y contentos para tomar la leche con las suculentas galletitas.
El Gato Guzmán en la Estación era otro referente del barrio que ofrecía la yapa a todos sus clientes, en especial a los que venían del Bañado una vez a la semana para comprar lo necesario para la familia.
En la Villa, frente a la plaza San Roque estaba la Casa Luna, ramos generales, ahí se encontraba desde el apero o las herramientas para labrar la tierra hasta los fideos, yerba o agujas para zurcir la ropa. Don Tristán Luna, uno de sus dueños, atendía con una dulce sonrisa dando la yapa a todos sus clientes.
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